El beso


Dos inmensidades marrones me están mirando, se pasean por mi rostro, acariciándolo suavemente sin tocarlo. Una leve sonrisa se esboza en unos labios perfectamente dibujados, unos labios que evocan el cáliz divino del que bebo, ese cáliz que quisiera tener conmigo.

Y una piel roza fuertemente mi piel, haciendo que un escalofrío recorra mi cuerpo.

Y unas manos fuertes se pierden en mi cintura, a la que sujetan con miedo, como si temiesen que fuera a desvanecerme en cualquier momento.

Y siento la leve caricia de unos dedos en mi espala.

Y una boca se acerca lentamente a mi boca, despacio, dudando, mientras unos penetrantes ojos me miran fijamente.

Entonces todo a mí alrededor queda sumido en una densa niebla que ciega mis sentidos al exterior. Y mi cuerpo se estremece entre unos brazos que me sostienen fuertemente.

Y quedo sumergida en una sublime embriaguez que me lleva hasta el paraíso eterno, un lugar en el que la conciencia no hace daño, un lugar en el que no existe nada más que la propia existencia, un lugar en el que quisiera permanecer por siempre, junto a vos.